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Límite sur de la Sierra Norte Madrid
4000 a.C. hasta el S.XIX
Torrelaguna y Patones de Arriba se encuentran en la Sierra Norte de Madrid, una zona llena de contrastes debido a su gran riqueza natural y paisajística. Este entorno de piedra forjada por el agua invita a un disfrute especialmente reposado entre el frescor de arroyos y ríos, y la quietud de los embalses.
En Patones de Arriba encontrarás un pueblecito de cuento totalmente construido en piedra, que contrasta con el vigor histórico de una localidad como Torrelaguna, cuya colegiata nos habla de un pasado glorioso de grandes hombres de Estado. En esta localidad además podrás moverte entre fértiles campos de cultivo, donde además sabemos que trabajó algún que otro …santo
Agua para dar y tomar
Una de las cosas más cotidianas y que probablemente menos valoremos los madrileños, sobre todo a la hora de abrir el grifo es que por este sale una de las mejores aguas del mundo. Esto ocurre gracias a una circunstancia geológica excepcional, ¡que se desarrolla justo aquí, pegadito a las localidades de Patones y Torrelaguna!, donde recibe el río Jarama a su afluente el rio Lozoya rumbo a la capital de España. Los dos ríos provienen de la alta montaña, donde discurren por terreno granítico resbalando por sus laderas sin apenas disolver tierra a su paso. Este es el secreto de su aspecto cristalino y mejor sabor: un agua blanda, pobre en iones de calcio y sales minerales, ¡la combinación perfecta! Luego, si solo el 1% del agua del planeta es potable, ¡imagínate, qué suerte tenemos en este entorno que es el primero en beneficiarse de tan feliz acontecimiento hidrográfico. Este privilegio hizo a esta tierra corresponder con generosidad para con el resto de los municipios, pues desde aquí se gestionará a lo largo de los siglos el abastecimiento de agua para toda la provincia.
¿Serían entonces estas las tierras de Jauja en las que se inspiró Lope de Rueda? Lo fueran o no, lo que es seguro es que esta abundancia hídrica despertó el interés de los expertos en su aprovechamiento a lo largo de la historia. El primero, y el más popular que conocemos en este entorno, fue san Isidro (1082-1172). Sabemos por las crónicas medievales y la gran devoción que el santo agricultor despertó entre las clases populares, que su vida estuvo muy vinculada al agua. San Isidro llegó hasta las cristianas tierras de Torrelaguna proveniente del Madrid musulmán (Mayrit), -aquí se casa con santa María de la Cabeza, bautizada en el vecino pueblo de Uceda como María Toribio- y vuelve a Madrid con una gran experiencia adquirida en los espacios fluviales del río Jarama, ya no solo como agricultor, sino, sobre todo, como experto descubridor de manantiales subterráneos para la excavación de pozos. No olvidemos que en aquellos tiempos si no llovía -y dado que no había pantanos ni trasvases de ríos que ayudarán a paliar la sequía- se podían poner en peligro no solo la cosechas, sino también la vida de animales y personas. Los milagros descritos en su nombre nos lo describen como un experto zahorí, que hacía brotar agua de fuentes y pozos de la capital del reino.
Gestionar de forma eficiente los recursos directamente relacionados con la calidad de vida de los ciudadanos, y no solo ganar guerras y batallas, habla también de los buenos gobernantes. Y esto es algo que supo hacer con destacada diligencia uno de los vecinos más ilustres de esta Villa de Torrelaguna, el Cardenal Cisneros. El eclesiástico, transformó parte de los recursos hídricos del entorno poniendo en marcha la Granja de la Aldehuela, un proyecto pionero que tenía como fin ser fuente de recursos alimenticios y financieros de su recién creada Universidad de Alcalá de Henares. También estaba concebido como lugar de descanso y esparcimiento de los doctorandos universitarios… ¡Hay que ver!, a este Cardenal no se le escapaba una.
Entre las primeras obras de ingeniería realizadas en este enclave, destaca el Canal de Cabarrús, ordenado construir por Carlos III y diseñado por Francisco Cabarrús conduciendo las aguas del Jarama y el Lozoya para usos agrícolas en este lugar – Hoy en día está abandonado, pero se utiliza como ruta de senderismo que une Torrelaguna con Torremocha de Jarama –. Allá por el lejano siglo XVIII este canal tenía como objetivo proporcionar mayor riqueza a las localidades de Patones, Uceda, Torremocha y Torrelaguna, y para ello unió las caudalosas cuencas del río Jarama y del río Lozoya, dando por fin entrada en la zona a la tan provechosa agricultura de regadío. Hoy en día, esta primitiva infraestructura se encuentra incorporada al gran Canal de Isabel II. El Canal, que toma el nombre de la regente que lo puso en marcha, fue en su momento una faraónica obra de ingeniería hidráulica, que, por fortuna, hoy da abastecimiento al gran entorno metropolitano madrileño. Hasta el momento, los madrileños y otros tantos – hoy en día unos 7 millones de habitantes- dependían de las fuentes comunales o de los aguadores para cubrir sus necesidades básicas.
Aunque cueste creerlo, el primer problema de salud en Europa hasta bien entrado el S. XX lo generaba el agua, tanto la potable como la residual. Para que te hagas una idea, París no tuvo hasta 1854 un sistema de alcantarillado tan avanzado como el que tuvo Roma 2000 años antes. ¡Paradójico! La ventaja técnica de las nuevas redes de abastecimiento de la sociedad europea del S.XIX con respecto a la romana, estriba en el tipo de conducciones por las que circulaba el agua. En el fondo, los romanos lo único que hacían era desviar arroyos, por un sistema de túneles y acueductos, pero en la actualidad el empleo de tuberías metálicas de gran resistencia nos permite llevar el agua más lejos y a mayor presión. ¡Es la diferencia entre regar tu jardín con una regadera o con una manguera!
¿Del Rey de Patones, al Rey de España?
El medio es el mensaje
Nos está costando asimilar que la comunicación ha cambiado. No tanto en sus fundamentos antropológicos, – ¡ya que el ser humano sigue siendo igual de “básico”! -, sino en la forma en la que accedemos a ella; los medios a los que hoy llamamos tradicionales -prensa escrita, radio o televisión- están dando paso a otros digitales a la velocidad del rayo y todavía desconocemos la trascendencia que estos tendrán en el futuro. En este momento en el que “el medio es el mensaje” es interesante ver cómo la piedra es el medio por el que accedemos a la información sobre nuestro pasado.
Desde el origen de la humanidad se ha utilizado la piedra de forma tan determinante que el sufijo “lítico” es el que nos da pistas de cómo transcurrieron los primeros 3 millones de años de la historia del hombre. Fíjate si la piedra es buena compañera de viaje para el ser humano que en ella se estamparon las primeras representaciones artísticas, y sobre ella se glosaron también las primeras y más importantes normas de convivencia. Lo que queda sobre piedra no se puede borrar y sobre esa idea se ha construido un arquetipo cultural de respeto. En un edificio pasa lo mismo: lo hecho en piedra es lo único que permanece y sobrevive a incendios, robos o incluso a la falta de interés. La iglesia de Santa María Magdalena de Torrelaguna es un perfecto libro en piedra que nos cuenta 300 años de un periodo de la historia (del S.XV al XVIII) muy interesante.
La provincia de Madrid es una Superpotencia en piedra, desde tiempo inmemorial. Varias zonas serranas, como la Sierra Norte, fueron bendecidas por la madre naturaleza con importantes macizos rocosos explotados en diversas canteras. En particular no muy lejos de las localidades de Patones y Torrelaguna encontramos unas de granito, en concreto en la localidad de El Berrueco, que se asienta sobre un terreno rocoso y pedregoso, en la prolongación más oriental del macizo granítico de La Cabrera. En ellas se extrae un tipo de piedra granítica de gran dureza y calidad llamada berroqueña por su origen en esta localidad, y que durante siglos ha representado la principal actividad económica en muchos pueblos de esta Sierra Norte. Desde el Neolítico hasta la Edad Media se produce un importante aprovechamiento pétreo en este entorno de la ribera del Jarama, donde encontramos desde útiles prehistóricos realizados en piedra hasta calzadas romanas, fortificaciones en sus villas, atalayas árabes, espacios para guardar la cosecha, palacios nobiliarios, conventos y hasta un imponente templo gótico que cierra este prolífico periodo en piedra noble.
La iglesia de Santa María Magdalena de Torrelaguna es uno de los máximos exponentes del gótico madrileño, que junto con el Monasterio de El Paular y la iglesia de Colmenar Viejo fueron levantados con sillares de granito local. En el templo de Torrelaguna, la delicadeza del estilo gótico isabelino contrasta con la rotundidad de sus formas y nos hace pensar que estamos ante una catedral en vez de ante una colegiata. El conjunto que forman las capillas cilíndricas adosadas a las naves laterales, junto con el macizo cuerpo de su torre campanario, le otorgan un respetuoso aspecto de fortaleza inexpugnable.
En el exterior del templo, para intentar dulcificar estas contundentes formas, los recios muros se convierten en lienzo pétreo y encontramos motivos ornamentales propios de este momento en el que se unen de forma sincrética el gótico y el renacimiento y que nos dejan singulares esculturas y ornamentaciones en piedra.
En el interior del templo la piedra está domesticada de tal manera que nos permite hacer un recorrido perfecto por la arquitectura y escultura del gótico al barroco. Aunque esto es materia de guías turísticas, no podemos dejar de animarte a buscar en este ecosistema pétreo oferentes engalanados, bordones franciscanos, ángeles con filacterias, inscripciones, grutescos, amorcillos, medallones, escudos nobiliarios y cardenalicios, y todo tipo de decoración geométrica, animal y vegetal. Estas virguerías en piedra son el corolario de un pasado glorioso de ilustres moradores: regentes, príncipes, virreyes, princesas, marqueses, cardenales, consejeros reales, poetas,… todos ellos generosos mecenas de todo este patrimonio artístico. Y que además quisieron quedarse a descansar aquí eternamente…, ¡solo tienes que comprobarlo mirando al suelo!
¡Atento al suelo!
Cuando nos gobiernan los buenos…
nos convertimos en un imperio
Una gran nación no se crea solo porque haya un hombre maravilloso, sino porque este ha creado una estructura genial. En el pasado y en el presente vemos cómo hombres singulares marcaban la trayectoria de un país (para bien y para mal). Algunos llegaron hasta a crear un proyecto que duró siglos, e incluso milenios, como en el caso del imperio egipcio. Otros, como el romano, ejemplifican el potencial multiplicador de la colaboración humana de dos grandes gobernantes sucesivos, Julio César y Augusto, cuyo proyecto de estado duró 1400 años. Como contrapunto, la historia nos enseña que hubo otros que creyendo ser grandes emperadores se quedaron a la altura de ineficientes invasores, como es el caso de Napoleón. En cualquier caso, lo que aprendemos de los imperios que duran o que no duran es que el motor que hace que funcionen no es la ambición, sino la inteligencia. Si a esta le sumas paciencia y humildad franciscana, ¡pues tienes a un individuo excepcional como el Cardenal Cisneros!, que consiguió hacer muchas cosas útiles gracias a no mirarse al ombligo.
Francisco Jiménez de Cisneros nace en las abundantes tierras de Torrelaguna, en el seno de una familia de origen hidalgo. Sus padres pudieron costearle sus estudio en Salamanca, donde no lo tuvo que hacer mal porque sabemos que terminó trabajando en Roma como abogado. Es en la ciudad del Tíber donde también sabemos que se ordenó sacerdote. A su vuelta a Castilla ocupó numerosos cargos eclesiásticos. Lo debió hacer bastante bien pues sus opositores se las ingeniaron para recluirlo unos años en la cárcel. Cisneros, después de ver su vocación como franciscano, y desencantado del mundo, se enclaustra en distintos monasterios apartado por completo de la burocracia eclesiástica – y eso que se le daba muy bien–. De este retiro lo sacaría la reina Isabel para nombrarle su confesor. ¡Imagínate si era conocida su capacidad que hasta apartado de la escena pública su liderazgo seguía presente!
En su meteórica carrera política, -que empezó a la “temprana” edad de 56 años-, conseguiría llegar a ser el presidente del Consejo de Regencia de Castilla a la espera de la toma de posesión de Carlos I de España (y V de Alemania), que venía de Flandes. El control del país estuvo durante este tiempo exclusivamente en sus manos, siendo el primer regente que no era miembro de una casa real. Lo más curioso de Cisneros es que llegó a alcanzar tales cotas de poder desde una posición humilde, lo que resulta sorprendente para una sociedad estamental, aunque también cabe destacar que una buena parte de su ascenso tiene que ver con que los Reyes Católicos buscaron rodearse de personas preparadas, mirando más allá de su origen. Estos, junto con el cardenal, fueron los verdaderos artífices del Imperio Español; crearon la administración y los medios con los que se rigió más de la mitad del planeta durante más de 300 años.
No creas que esta clarividencia de mente la producía la tan ponderada agua de la zona, ¡qué va!, de hecho, en la vecina villa de Uceda tenemos a un personaje opuesto al gran Cardenal. Nuestro gran antagonista es ni más ni menos que Cristóbal Gómez de Sandoval Rojas y de la Cerda, I duque de Uceda, II marqués de Cea, marqués de Denia, caballero de la Orden de Santiago, valido de Felipe III. A pesar de tenerlo todo a favor, destacó por ser el adalid de la avaricia. Llegó a traicionar a su propio padre y maniobró para quitarle el valimiento, ¡hay que ser ruin! Intentó comprar el cargo de cardenal, para evitar ser procesado, y además intentó ser nombrado Virrey de Cataluña, durante el tiempo que duraron varios de los juicios por los que estaba encausado; no consiguió que le saliera ninguna de las dos artimañas. Murió en Alcalá de Henares, en la cárcel, mientras esperaba para ser juzgado. El duque de Uceda, en su acción política, deshizo todo lo que Cisneros hizo bien y curiosamente la historia ha querido que los dos estén vinculados casualmente a estas tierras de Uceda. ¡Imposible encontrar dos hombres que hayan hecho cosas más diferentes por su país!
¿Era Al-Andalús algo más que un cuento de las mil y una noches?
Érase una vez…
un reino muy pequeño
Hay lugares por donde la Historia pasa muy pocas veces. Por aquí desde luego que pasó con sigilo y sin alterar apenas el paisaje.
¡Bienvenido a este Shangri-La hispano!, escondido entre montañas, ríos y bellos parajes de singularidad geológica.
Por aquí pasaron algunos neandertales antes de extinguirse y también sus tataranietos auriñacienses, dejando su impronta en la Cueva del Reguerillo.
Coronando la parte superior del Cerro de la Oliva estuvieron los carpetanos, tal y como hicieron con otras tantas cimas cercanas a los ríos más caudalosos de la provincia madrileña. Estos expertos escaladores dieron paso a una sociedad romana que se estabilizaría en la zona con el clásico diseño ortogonal urbano, dotado, cómo no, de infraestructuras hidráulicas y edificios públicos como vemos en el Yacimiento de la Dehesa. Cercano a este también encontramos los restos de una ermita románica-mudéjar que nos da idea de cómo distintas sociedades se fueron aposentando de forma intermitente en este bello paraje.
Son lugares recónditos y escarpados como la Cabeza del Cancho, donde al valiente que se atreve a subir se le regalan unas vistas incomparables del Embalse del Atazar y de toda su belleza en acción.
Si eres de los que subes, podrás bajar bailando claqué y sentirte como Gene Kelly al descubrir una preciosa aldea encantada ¡cuyo encantamiento la hizo invisible hasta para las pérfidas tropas de Napoleón! Patones de Arriba (porque también hay otro más moderno de abajo) se conserva como un Brigadoon congelado en el tiempo.
Hoy en día, este tipo de lugares aislados son los que más nos gustan, en ellos hay una belleza prístina, casi intacta, que los ha llevado a perpetuar un sistema de vida tradicional no contaminado por el exterior y que lo hace único. En este caso llama la atención su arquitectura, que no es más que el breviario de un sistema de convivencia (o supervivencia) aislado y de duras inclemencias meteorológicas durante lustros. Hoy en día Patones pertenece a los pueblos de la llamada arquitectura negra, considerada Bien de Interés Cultural de máxima protección que se ha constituido en todo un fenómeno turístico.
Esta sobreabundancia de encantos ha hecho que las empedradas calles de Patones de Arriba hayan sido escenario cinematográfico en numerosas ocasiones. Además, un lugar tan especial no está exento tampoco de su propia historia de película.
Cuentan los viejos del lugar que en Patones hubo un linaje que gobernaba de generación en generación y que se hacían llamar a sí mismos REYES. Decían que, igual que su valentía y arrojo, su dinastía era originaria de los tiempos de los godos, lo que les hacía mirar por encima del hombro a los diversos monarcas españoles a la hora de reclamar sus derechos. Y es que la idealización de un hecho del pasado se enriquece por cada nueva generación de narradores, pero en la mayoría de los casos estos fenómenos populares cuentan siempre con una base real.
La realidad histórica documentada es que Patones fue durante largo tiempo una pedanía serrana de las tierras de la villa de Uceda (Guadalajara) y por lo que deducimos de los hechos, parece que nadie se acordaba de ella salvo para recaudar impuestos. Formada, entonces, por una veintena de familias, este barrio de Uceda se regía por normas de origen medieval. En este caso, la tradición le concedió el derecho de gobernar y administrar la localidad a la familia Prieto. El primer señor Prieto debió de llegar con credenciales de hidalguía procedente de la cornisa cantábrica – donde más del 80% de la población era hidalga- y dio origen a esta «dinastía». Tal vez ahí surja la leyenda de los “reyes” de Patones.
El hecho cierto es que en el s. XVIII el tal rey, tras negarse a pagar un aumento de tributos de Uceda, remitió un memorial a Carlos III, exponiendo la situación de olvido en la que se encontraban y reclamando para sí la independencia de Uceda. El monarca Borbón aceptó las reclamaciones y permitió a Patones constituirse en villa con alcalde que recaudaría sus propios impuestos. Según reflejan los archivos municipales y eclesiásticos, los miembros de la familia Prieto continuaron ocupando el cargo de regidores, ya que no reyes, de Patones durante mucho tiempo.