¡Nada comparable a lo que ocurría hasta hace poco cuando era la propia familia la que se encargaba con sus propias manos de todo el ritual!, nada agradable por cierto, si pensamos, además, que los cadáveres -no congelados- comienzan con el proceso de autolisis a escasos minutos de que se pare el corazón.
Hasta no hace mucho el memento mori era algo tan asumido que te lo encontrabas literalmente a cada paso como ocurre en la Colegiata de santa María Magdalena. La Iglesia, desde su misión filantrópica, se preocupaba por el hombre en todas sus dimensiones y en este caso también era la encargada junto con la familia del amortajamiento velatorio y de la sepultura. El suelo del templo de Torrelaguna está lleno de lápidas, y desde el punto de vista narrativo, ¡a cuál más interesante! Ese libro abierto que es la parroquia de Torrelaguna nos relata acontecimientos destacados como el que encontramos en el epitafio de una tumba que mandó construir el Marqués de Santillana – literato del S. XV-. En ella se nos cuenta cómo sufrió un accidente su buen amigo Juan de Mena. El poeta cordobés perdió la vida al caerse de una mula y ser arrastrado por ella cuando transitaba por la villa torrelagunense.