Los caballos de Hispania, los Fórmula 1 del Imperio

Los caballos de Hispania, los Fórmula 1 del Imperio

Los caballos de Hispania se adquirían para los espectáculos de los grandes circos, incluido el Circo Máximo de Roma. En las afueras de Complutum, al noroeste, se encontraba un importante criadero de caballos que hoy conocemos como la Villa del Val.

Sí, y en buena medida porque autores tan reputados como Plinio el Viejo o Estrabón les dedicaron muchas alabanzas, algo muy valorado en una sociedad que estaba loca por las carreras de cuadrigas. Los caballos de Hispania se adquirían para los espectáculos de los grandes circos, incluido el Circo Máximo de Roma. En las afueras de Complutum, al noroeste, se encontraba un importante criadero de caballos que hoy conocemos como la Villa del Val. Sabemos que su propietario estaba orgulloso de la calidad de sus caballos, porque en su villa se encuentra un espectacular mosaico de un auriga (piloto de carros) con las palmas de la victoria —vamos, que debía estar acostumbrado a alcanzar la pole position con ellos—. Por cierto, la palma, símbolo de la victoria para los aurigas, en poco tiempo empezó a ser utilizado por los cristianos como icono del triunfo ante el martirio.

Curiosidades

La ciudad para el bien común


La materialización del concepto “Ciudad de Dios” se nombró como elemento esencial en dos de los tres puntos de la declaración que valoró la UNESCO para inscribir la Universidad de Alcalá en la lista del Patrimonio Mundial.
Curiosidades

¿Del Rey de Patones, al Rey de España?


¿Qué país es este en el que un ciudadano particular se puede dirigir al Rey empleando ese mismo título para sí, y -lo que es más curioso- a sus conciudadanos no les extraña? Pues este país es España, donde la quintaesencia de ese pensamiento, que hoy creemos locura, la encarna a la perfección El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Curiosidades

¿Sabías que para los Reyes Visigodos era muy importante que no les "tomaran el pelo"?


En la España visigoda, al menos, el pelo largo era un distintivo real y la parte del cuerpo de la que se suponía que “emanaba” el poder real. En las luchas y escaramuzas de la época, una forma común en la España visigoda de destronar a un monarca e inhabilitarle de por vida para el mando era afeitarle la cabeza, ¡menuda afrenta!