Te hablamos de bárbaros y, ¿verdad que te imaginas literalmente a unos señores aguerridos corriendo con un machete y melena al viento? Es que el motivo de la longitud de su cabello no era baladí. En la España visigoda, al menos, el pelo largo era un distintivo real y la parte del cuerpo de la que se suponía que “emanaba” el poder real. En las luchas y escaramuzas de la época, una forma común en la España visigoda de destronar a un monarca e inhabilitarle de por vida para el mando era afeitarle la cabeza, ¡menuda afrenta! En culturas antiguas, los esclavos eran rapados para distinguirlos del resto de la sociedad; siglos después, los monjes, al afeitarse la cabeza, mostraban que se convertían en «esclavos» de Cristo, aceptando la renuncia al mundo, lo que les incapacitaba para ser reyes o pretendientes al trono.
Se dice que el propio rey Wamba —el último regente que dio esplendor a los visigodos entre los años 638 y 688— conocía bien los efectos de este tipo de ultrajes capilares ya que, además de infringirlos a otros, él mismo, años más tarde, sufrió en sus propias melenas tan curioso deshonor. Al parecer, el rey melenudo fue víctima de la astucia de un ambicioso noble llamado Ervigio, que le administró un somnífero en la bebida y, aprovechando su profundo sueño, le tonsuró y lo enclaustró en un monasterio. Por suerte el anciano Wamba, al final de sus días, aceptó de buen grado este nuevo rol en su vida y dejó que la corona luciera sobre la testa de Ervigio. ¡De esta manera tan surrealista comenzó el declive de la monarquía visigoda!