Tanto es así, que algunas defensas se preparaban con el apoyo del colegio sacerdotal romano, para no incurrir en errores. Algo de esto ha llegado a nuestro sistema judicial, en el que importa más seguir el procedimiento legal que la aplicación de la justicia en sí misma
¿Significaba esto que la ley contemplaba todas las situaciones? ¡Imposible! Por ello, los implicados en un juicio debían decir siempre la misma fórmula, incluso si no se correspondía exactamente con la realidad de los hechos que se juzgaban. Si una de las partes se confundía en la fórmula legal, aunque fuera en una sola palabra, perdía el litigio aun teniendo la razón. Por ejemplo, si una persona denunciaba a su vecino por haber cortado unas cepas de viña en su finca y en el juicio hablaba de ”viñas cortadas”, automáticamente perdía el juicio, ya que por ley debía decir “árboles cortados”.
Este ritual muy antiguo en el que las palabras tenían que ser exactas, contemplaban pocos casos: herencias, deudas, problemas de propiedad… se mantuvo hasta que el Imperio Romano se hizo tan extenso que la legislación tuvo que adecuarse a las necesidades de la Nueva Roma. …
¿Quién puede aseverar que en el fondo no seguimos siendo “romanos”?
¡Pleitos tengas y los ganes!
¡Pleitos tengas y los ganes!
En el más antiguo sistema judicial romano (cuando Roma era solo una pequeña villa de agricultores y ganaderos) establecía un proceso llamado Legis Actione, por el cual las partes implicadas en un juicio debían pronunciar solo unas palabras determinadas por la ley y que no podían cambiarse, pues daban a estas el valor de fórmulas sagradas que no se podían alterar.