Viajar a lo largo de los siglos por la geografía española era parecido a lo que vemos en las películas del Oeste, una aventura en la que el forastero no tenía muy claro qué leyes eran de aplicación en cada lugar. Por eso era frecuente que se colocaran unas columnas de piedra a la entrada y salida de los pueblos llamadas rollos jurisdiccionales, que indicaban de qué tipo era la justicia en esa villa y quién tenía la jurisdicción.
Con esa información, la persona que llegaba hasta allí decidía si se arriesgaba a entrar en el pueblo o lo rodeaba para evitar problemas. Estos podían ser muchos y graves, pues las reglas podían ser increíblemente injustas y arbitrarias, y estaban basadas casi siempre en el ejercicio de la venganza del ojo por ojo.
Otro aspecto a tener en cuenta es que eran normas de rápida ejecución, pues las personas no estaban registradas y podían cambiar de nombre en cualquier momento, lo que haría imposible su persecución; por eso eran tan mal vistas las gentes de oficios itinerantes.