Desde el punto de vista militar se introdujeron nuevas estrategias que marcarían la forma de “hacer la guerra”, para los siguientes 100 años. El elemento estrella de esta contienda fue, sin duda, la “bayoneta”. Esta llegó para simplificar mucho la vida de los regimientos de infantería. Ya no hacía falta que el batallón se dividiera en dos, y que por un lado hubiera soldados piqueros (armados con lanzas), y por otro mosqueteros (cargados con pesadas armas de fuego). Desde ese momento todos los soldados podían disparar y combatir en el cuerpo a cuerpo, sin tener que manipular su fusil.
Como no hubo mucho tiempo para perfeccionar el arma -ni de ponerse exquisitos seleccionando al personal- su dominio no fue inmediato. El proceso, además, implicaba depositar primero la pólvora y a continuación el proyectil, por lo que si en el fragor de la batalla te equivocabas e invertías el orden “el tiro salía por la culata”. Cómo ves, era usual que estas armas requiriesen reparación y mantenimiento constante, y así es cómo surge la idea de designar un “Maestro Armero” para cada destacamento. Como podrás imaginar por el dicho, a este era fácil encajarle “el muerto” y pedirle reclamaciones si tú arma no había funcionado en el campo de batalla como esperabas, e incluso -era el comodín- si el que fallabas eras tú; de ahí la ambigüedad que denota el uso de la expresión.